jueves, 12 de marzo de 2009

Artículo de Rosa Montero: "Bichos increíbles y tenaces"


Ya se sabe que cuando uno se rompe una pierna no ve más que cojos por todas partes, y que si te embarazas, el planeta entero parece atravesar una epidemia de barrigona gravidez. Puede que nuestro cerebro sólo sepa mirar aquello que nos obsesiona, o puede que los acontecimientos vengan en rachas. A veces la vida encadena momentos espléndidos. Pero otras veces los hados se ponen tenebrosos y empiezan a menudear a tu alrededor las historias tristes. Por ejemplo, tengo una amiga, una violinista profesional joven y estupenda, que ha sufrido un accidente y se ha hecho un estropicio monumental en la muñeca y en el codo. Se recuperará, pero con esfuerzo y una buena dosis de ansiedad suplementaria. A menudo el destino es así de juguetón y malicioso: avería brazos de violinistas, piernas de deportistas, ojos de pintores. Al mismo tiempo, otro amigo, una de las personas más bondadosas que he conocido en mi vida, un tipo luminoso, ha adoptado a un niño de cinco años procedente de un país lejano. Y después del infinito trabajo que supone una adopción legal, de los años de papeleo, de los nervios y la angustia y la esperanza, de haberse pasado tres meses en una ciudad remota e incomprensible para recibir a su hijo, resulta que el pequeño sufre accesos de cólera tan violentos y continuos que mi amigo está herido, mordido, con moratones. No se sabe si el pequeño padece alguna enfermedad y la vida se ha transmutado súbitamente en una pesadilla.


Sí, Ésa es la palabra exacta: pesadilla. Los ciudadanos de las ricas sociedades posindustriales vivimos dentro de un espejismo de seguridad, como si no pudiera o no debiera sucedernos nada malo, como si los reveses de la vida, incluyendo cosas tan naturales como la vejez y la enfermedad, fueran una completa anomalía, algo que no tendría que pasarte. Por eso, cuando el dolor llega, cae como una guillotina sobre nosotros, como una pesadilla insoportable. Y déjenme decirles algo duro de oír: el dolor siempre llega, antes o después. No hay vida sin su cuota de sufrimiento. Soy una ferviente lectora de los libros de biografías, y siempre me inquietó esa frase tan común en muchas de estas obras: "Ésa quizá fuera la última época de verdadera felicidad de Fulano, porque al poco tiempo...". Y ahí añadían que llegaba la enfermedad, o la muerte de alguien querido, la cárcel, la guerra, la desgracia. El comienzo de la maldita pesadilla.


Uno no suele hablar de estas cosas. El sufrimiento, en nuestra sociedad, es algo que resulta inadecuado, inconveniente, sucio. Algo que hay que ocultar. Pero, ¿cómo vamos a aprender a manejar ese dolor si ni siquiera somos capaces de nombrarlo? Cuando cae sobre nosotros la cuchilla de una desgracia, se produce, en primer lugar, una obsesión temporal. Piensas en tu ayer intacto e inocente, antes de que ocurriera. Si no me hubiera subido al coche del accidente, piensa la violinista. Si no hubiera tenido la idea de adoptar, tal vez piense mi amigo (en realidad, también podría haberle sucedido con un hijo biológico). Si pudiera regresar al ayer, antes de que me dijeran que estaba enfermo, o que mi esposa había muerto, o que... Añoras con desesperación lo que tuviste, es decir, esa normalidad que seguramente no apreciaste lo suficiente mientras la tenías. He aquí el primer aprendizaje esencial que deberíamos intentar extraer de la certidumbre de la desgracia: la felicidad es la falta de dolor y hay que intentar disfrutar de lo que se tiene. Es un pensamiento obvio, pero dificilísimo de llevar a la práctica.


Pero las calamidades te enseñan algo aún más importante: te descubren la asombrosa capacidad de resistencia que todos tenemos. El ser humano es un bicho increíble: no sólo aguanta casi cualquier cosa, sino que además se adapta, se regenera, reescribe la realidad y se reconstruye. Es muy posible que mi amiga violinista termine progresando como intérprete, porque el esfuerzo por recuperarse y el dolor del proceso puede hacer que mejore y ahonde su ejecución. Y es muy posible que el hijo de mi amigo se tranquilice y adapte, y que él termine siendo especialmente feliz al saber que ha salvado a un niño con problemas de un futuro de infierno. No estoy contando una novela rosa: la realidad ofrece todo el tiempo ejemplos de este tipo. Incluso en los dolores sin remedio, en la muerte y los duelos, somos capaces de seguir adelante y volver a encender una luz en las sombras. Somos animales tenaces y llenos de vida. Es lo que nos ha hecho triunfar como especie.
EL PAÍS SEMANAL



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