domingo, 20 de junio de 2010

In memoriam de José Saramago, el escritor comprometido con la vida


El legado literario del escritor José Saramago supone el feliz encuentro de la gran literatura en letras mayúsculas con el compromiso social, a través de sus palabras y hasta el último momento, con el fin de retratar la realidad de un mundo con muchas aristas imperfectas. Hoy en día, su obra permanece más viva más que nunca, y si no están de acuerdo con ello, les recomiendo la lectura de sus Ensayo sobre la lucidez y Ensayo sobre la ceguera, ficciones que ilustran la posibilidad de votar mayoritariamente en blanco, o que nos alertan sobre la responsabilidad de tener ojos cuando otros los perdieron.

En palabras del propio Saramago, “empezar a leer fue para mí como entrar en un bosque por primera vez y encontrarme de pronto con todos los árboles, todas las flores, todos los pájaros. Cuando haces eso, lo que te deslumbra es el conjuntoEspero morir como he vivido, respetándome a mí mismo como condición para respetar a los demás y sin perder la idea de que el mundo debe ser otro y no esta cosa infame”. Y, desde luego, nuestro mejor homenaje sería leer la obra de este hombre universal, que intentó "alumbrar" con su luz las "tinieblas" de nuestro recorrido vital. Descanse en paz José Saramago.



ARTÍCULO de Ramón Lobo: "El escritor que abrazaba hombres"

Hay dos tipos de escritores: los que se asilan del mundo y tratan de modificarlo desde sus libros y personajes sin otro compromiso que la búsqueda permanente de la excelencia; y los que como José Saramago, que además de escribir obras esenciales como El memorial del convento, El año de la muerte de Ricardo Reis, los dos ensayos, el de la ceguera y el de la lucidez, y la maravillosa Caín, entre otras, son capaces de salir al mundo y tratar de cambiarlo con sus propias manos. Esa generosidad quijotesca la debió de heredar de su abuelo, quien antes de morir hace ya muchos años se levantó de la cama, abrazó los cuatro árboles que tenía en su huerto y se fue en paz, con la tranquilidad del deber cumplido.

Saramago nunca se escondió. Renunció a muchas líneas escritas en su atalaya de Tías, en Lanzarote, desde donde se ve el mar, por salir a la calle y dar voz a los que no la tienen, a los que nadie escucha, a los que nadie ve. Estuvo en todas las batallas en las que había un ser humano al que abrazar, fuese en Chiapas o en Haití, en Argentina, Chile o Uruguay, donde dictaduras sangrientas y crueles dejaron la huella de la otra cara del hombre. Libró batallas en favor de África, del continente oscuro y silenciado por una globalización informativa que solo habla de las cosas del hombre blanco, y otras en favor de sus inmigrantes desde su Lanzarote adoptiva, frontera primera para los que huyen de las guerras, la miseria, las enfermedades y la pobreza. También tomó partido por Palestina y los palestinos, cuya persecución y desgracia comparó con la que sufrieron muchos judíos en la Europa nazi y que le granjeó la beligerante enemistad de todos los gobiernos israelíes.

José Saramago sabía que el premio Nobel de Literatura no era solo un galardón, el más importante para un escritor, era sobre todo una responsabilidad. Un gran altavoz para una voz que siempre habló en favor de los desfavorecidos, de los que escribió y duplicó en personajes extraordinarios como Baltasar y Blimunda en El memorial, seres que habitaron sus libros dándoles el sentido trascendente de las grandes obras.

Una vez, sentado ante el jardín de su casa, un reportero le habló de la relación entre el periodismo y la literatura. "Son orillas de un mismo río", dijo algo presuntuoso el informador. Saramago le miró a los ojos y respondió: "¡Qué más quisieran los periodistas! Cuando uno lee una obra maestra como Guerra y Paz de Tolstoi es mejor persona, ha vivido otra vida. Cuando uno lee un buen reportaje solo está mejor informado".

Ahora que se ha apagado el hombre, queda el escritor, el ser comprometido, sus obras y su ejemplo. Y nos queda su memoria, que se transformará en memoria africana y en África. Los hombres grandes nunca mueren, solo se van y nos acompañan de otra forma. EL PAÍS




DISCURSO de aceptación del Premio Nobel de Literatura (Academia Sueca, 10 de diciembre de 1988):





CORTOMETRAJE de ANIMACIÓN: La flor más grande del mundo (Juan Pablo Etcheverry, 2007):

Este trabajo nos habla de la importancia de las cosas pequeñas y de todo aquello que nos rodea, máxime en tiempos difíciles como los actuales. Basado en un relato de José Saramago y con música de Emilio Aragón, la narración del corto, de gran carga simbólica, corre a cargo del propio escritor portugués, que también forma parte del elenco de personajes. Esta producción obtuvo en la última edición del Festival de Puerto de la Cruz (2009) el Premio al mejor Cortometraje de Ficción o Animación y, con anterioridad, también estuvo nominado, en la última edición de los Goya, en la categoría de Mejor Corto de Animación.

Para disfrutar del vídeo (ELPAÍS.com), hacer "clic" en la siguiente imagen:





Humor gráfico: Forges




2 comentarios:

Anónimo dijo...

Excelente amigo, el aporto de estos grandes pensadores son el motor que nos animan a seguir descubriendo cosas nuevas y valiosas en la vida.
Un gran abrazo.
César

Atistirma dijo...

!Hola César¡... ojalá que nunca se apague el brillo de la luz de sus palabras... será buen síntoma de que aún seguimos soñando. Un abrazo.