"Con todo lo que tú no sabes se podría escribir un libro": esa es la frase que Tobias Wolff eligió como cita inicial para Vida de este chico, las memorias de su adolescencia. No se trata de una cita literaria sino de las palabras que solía dirigirle un padrastro cruel. En estos tiempos que vivimos yo me aplico esta frase con bastante frecuencia. Doy vueltas por las páginas de economía y política del periódico (de este y de otros) y pienso: "con todo lo que yo no sé voy a tener que escribir una columna".
El presente se está volviendo tan complejo y el futuro tan incierto que cada vez me provoca más vértigo ofrecer una opinión que puede cambiar de un día para otro. Me he visto pensando una cosa y su contraria en el margen de una semana, sin saber a qué carta quedarme ante las posiciones encontradas de dos expertos. A veces me obceco discutiendo de manera vehemente con un amigo sobre la energía nuclear, el recorte de salarios o el nuevo contrato de trabajo. De pronto, algo me detiene. Eso que me paraliza es la duda: ¿y si el otro llevara razón?, ¿y si mi opinión siguiera la cómoda plantilla de lo que se supone que una persona como yo tiene que pensar?
Admiro la vehemencia con la que algunos de mis colegas defienden sus posturas. Imagino que un buen caparazón ideológico ayuda a tener convicciones infranqueables porque, en lo que se refiere a conocimientos reales sobre lo que está pasando..., sospecho que la mayoría patinamos. Hay una frase a la que recurro cuando siento desazón por el enorme tamaño de mi ignorancia. Es de Chéjov, ese santo laico: "No he adquirido todavía un punto de vista político, religioso o filosófico. Cambio de opinión cada día y consecuentemente he de limitarme a describir cómo mis personajes aman, se casan, se alimentan, mueren y hablan". Su asombro y su humildad me iluminan. EL PAÍS
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