El Diccionario de la Real Academia localiza el término condón en el apellido Condom de su inventor, un higienista inglés del siglo XVIII. Y remite a la voz "preservativo", española, cuyo segundo significado la explica como "funda elástica para evitar el posible contagio de enfermedades". Lo cual, así de repente, no coincide con las palabras del Papa, quien afirma que de evitar contagios como los del sida, nada de nada. Es más: puede hasta multiplicarlos.
En contra de tales alegatos (defendidos por la señora Quiroga, del PP en Euskadi) han surgido voces críticas: "son improcedentes", "una tremenda metedura de pata", "hay que destituirlo", "causan profunda indignación", "pierde su aureola de santidad y sabiduría", "insulto a la Ciencia"..
Pero no importa: como parece que entre la curia católica hay conocimiento del artilugio o artefacto (obviamente, desde el punto de vista científico), el señor obispo de Orleans concluye que, en efecto, "el condón no previene tal mortal virus; éste es infinitamente más pequeño que un espermatozoide". Y como lo proclama con absoluta contundencia, no voy a ser yo quien le lleve la contraria, pues concluyo que de condones y espermatozoides su eminencia "sabe", como dicen los alumnos, "la tira".
Pero lo que me anonada como profesor de Lengua y riguroso seguidor academicista para el correcto uso del idioma es el descubrimiento de que los señores académicos mienten, según Su Santidad, en esta definición del Diccionario. Y si ellos, los sabios entre los sabios, engañan y falsifican las realidades, ¿a quién le haré caso a partir de ahora en las cosas de los significados lingüísticos? ¿Quién me condoneará o preservará de tales calumnias? ¿Cómo plastificaré mi erecta razón para que el virus del sida lingüístico no infecte mi organismo intelectual con esos metafóricos espermatozoides que son las palabras?
Espermatozoides que, por otra parte, tampoco son tan pequeñitos, pues usamos seis sílabas, quince letras para componer su cuerpo, el cual consta de tres partes etimológicamente: espermatos, zoo y oides. Por eso, deduzco, la propia palabra castellana "preservativo" está formada por cinco sílabas, qué menos, pues si fuera más corta quizás las cabecitas de los bichitos se quedarían fuera, y entonces sí que podría sobrevenir la infección, la biológica, no la lingüística. ¡Ahí sí es sabio el castellano!
Y no es que uno desdeñe los anglicismos, lo juro. Pero en cosas de la lengua -como órgano para modular los sonidos- prefiero los términos castellanos por educación y cultura, más en este caso tan concreto. Por eso recuerdo lo que dice el refranero popular, "burro grande, ande o no ande". Es preferible, pues, el uso de la versión española del artilugio, preservativo (más grande) y no condón (de solo dos sílabas): este sí es peligroso, pues algún precoz espermatozoide (ya por su desarrollo, ya por testosterónico impulso) puede salirse de la funda o contenedor, Su Santidad dixit.
Aunque, la verdad, encuentro un fallo común al uso del condón y preservativo y es que, en plena enfervorizada actividad, usuario y receptor sospechen y confirmen -por deducción desde el mismo campo de acción- que en el interior hay un granito sólido, el cual fricciona con jodelona insistencia las delicadas paredes de los elementos protegidos y recibidores.
En estos casos la cosa se complica, pues hemos de reenvolver el plástico, y es posible que el espermatozoide, malsano y mataperro, aproveche la oportunidad para saltarse las prudentes normas de seguridad y se evacue a zonas de alto riesgo. Por eso es recomendable un martillito cerca del lugar de los hechos, del corpus delicti o zona de combate. Así, en caso de urgencia, podremos golpear al impertinente espermatozoide en cualquiera de sus tres partes corporales y, después, al martirizador granito pero, eso sí, con los ojos como cuartas por si acaso golpeamos en zona indebida y machacamos al propio depósito de los espermatozoides, confusión nada recomendable, lo juro.
De ahí que, contra el artilugio, dos soluciones: la que defiende un profesor de Fixioloxía Animal (Universidad de Santiago) que regala un punto a los alumnos asistentes al Seminario de hábiles reculadas o la más natural, la abstinencia, "privarse total o parcialmente de satisfacer los apetitos". Es decir, evitemos insanos, pecaminosos, infecciosos tactos, roces, contactos o vecindades físicas que puedan desembocar en lujuriosos apasionamientos, que la carne la espolvorea el Diablo. Hagamos y usemos engarces de piernas como cuando se aproxima la diarrea en plena calle, baños con bloques de hielo, planchas de acero por medio, amenazadoras guillotinas..
Podría, pues, deducirse que la Iglesia, la señora del PP y el profesor saben mucho de condones, tales son sus contundentes afirmaciones. LA PROVINCIA
En contra de tales alegatos (defendidos por la señora Quiroga, del PP en Euskadi) han surgido voces críticas: "son improcedentes", "una tremenda metedura de pata", "hay que destituirlo", "causan profunda indignación", "pierde su aureola de santidad y sabiduría", "insulto a la Ciencia"..
Pero no importa: como parece que entre la curia católica hay conocimiento del artilugio o artefacto (obviamente, desde el punto de vista científico), el señor obispo de Orleans concluye que, en efecto, "el condón no previene tal mortal virus; éste es infinitamente más pequeño que un espermatozoide". Y como lo proclama con absoluta contundencia, no voy a ser yo quien le lleve la contraria, pues concluyo que de condones y espermatozoides su eminencia "sabe", como dicen los alumnos, "la tira".
Pero lo que me anonada como profesor de Lengua y riguroso seguidor academicista para el correcto uso del idioma es el descubrimiento de que los señores académicos mienten, según Su Santidad, en esta definición del Diccionario. Y si ellos, los sabios entre los sabios, engañan y falsifican las realidades, ¿a quién le haré caso a partir de ahora en las cosas de los significados lingüísticos? ¿Quién me condoneará o preservará de tales calumnias? ¿Cómo plastificaré mi erecta razón para que el virus del sida lingüístico no infecte mi organismo intelectual con esos metafóricos espermatozoides que son las palabras?
Espermatozoides que, por otra parte, tampoco son tan pequeñitos, pues usamos seis sílabas, quince letras para componer su cuerpo, el cual consta de tres partes etimológicamente: espermatos, zoo y oides. Por eso, deduzco, la propia palabra castellana "preservativo" está formada por cinco sílabas, qué menos, pues si fuera más corta quizás las cabecitas de los bichitos se quedarían fuera, y entonces sí que podría sobrevenir la infección, la biológica, no la lingüística. ¡Ahí sí es sabio el castellano!
Y no es que uno desdeñe los anglicismos, lo juro. Pero en cosas de la lengua -como órgano para modular los sonidos- prefiero los términos castellanos por educación y cultura, más en este caso tan concreto. Por eso recuerdo lo que dice el refranero popular, "burro grande, ande o no ande". Es preferible, pues, el uso de la versión española del artilugio, preservativo (más grande) y no condón (de solo dos sílabas): este sí es peligroso, pues algún precoz espermatozoide (ya por su desarrollo, ya por testosterónico impulso) puede salirse de la funda o contenedor, Su Santidad dixit.
Aunque, la verdad, encuentro un fallo común al uso del condón y preservativo y es que, en plena enfervorizada actividad, usuario y receptor sospechen y confirmen -por deducción desde el mismo campo de acción- que en el interior hay un granito sólido, el cual fricciona con jodelona insistencia las delicadas paredes de los elementos protegidos y recibidores.
En estos casos la cosa se complica, pues hemos de reenvolver el plástico, y es posible que el espermatozoide, malsano y mataperro, aproveche la oportunidad para saltarse las prudentes normas de seguridad y se evacue a zonas de alto riesgo. Por eso es recomendable un martillito cerca del lugar de los hechos, del corpus delicti o zona de combate. Así, en caso de urgencia, podremos golpear al impertinente espermatozoide en cualquiera de sus tres partes corporales y, después, al martirizador granito pero, eso sí, con los ojos como cuartas por si acaso golpeamos en zona indebida y machacamos al propio depósito de los espermatozoides, confusión nada recomendable, lo juro.
De ahí que, contra el artilugio, dos soluciones: la que defiende un profesor de Fixioloxía Animal (Universidad de Santiago) que regala un punto a los alumnos asistentes al Seminario de hábiles reculadas o la más natural, la abstinencia, "privarse total o parcialmente de satisfacer los apetitos". Es decir, evitemos insanos, pecaminosos, infecciosos tactos, roces, contactos o vecindades físicas que puedan desembocar en lujuriosos apasionamientos, que la carne la espolvorea el Diablo. Hagamos y usemos engarces de piernas como cuando se aproxima la diarrea en plena calle, baños con bloques de hielo, planchas de acero por medio, amenazadoras guillotinas..
Podría, pues, deducirse que la Iglesia, la señora del PP y el profesor saben mucho de condones, tales son sus contundentes afirmaciones. LA PROVINCIA
4 comentarios:
Una reflexión muy profunda y sosegada. Estoy de acuerdo en el enfoque que le das. La semántica no engaña. Hay que tener una visión realista de lo que es un gravísimo problema en el mundo actual. Y esos "expertos" en preservativos que parecen ser algunos clérigos, curioso sería saber el motivo, intentan dar la vuelta a algo probado científicamente. Una lástima. Si Jesús levantara la cabeza creo que muchos de la Iglesia institucional no creerían lo que podría hacer.
Un abrazo amigo.
!Hola David¡.. Después de unas breves vacaciones necesarias para "recargar las pilas", me alegra verte de nuevo por estos parajes "místicos". Con sinceridad, te digo que cuando abordamos cualquier tema o controversia desde una óptica demasiado dogmática, yo creo que nos falta una perspectiva más integral que trate de englobar a una sociedad más plural. Si, además, pretendemos mantener de forma "inquebrantable" determinados "principios" (te recomiendo que leas el artículo anterior de Manuel Vicent) por encima de la propia realidad de otros seres humanos que intentan "sobrellevar" su propia existencia, como justifación o supuesta salvaguarda de los cimientos mismos de la fe de cada cual, permíteme que te exprese mi absoluto convencimiento de que la raza humana poco ha avanzado desde la Edad Media, y deja en entredicho la máxima de que las generaciones venideras aprenden de los errores de las anteriores. En este punto y, dentro de los márgenes representados a través de la Declaración Universal de los Derechos humanos, me parece que la "identidad laica" de los estados se revela como la única forma posible de respetar las creencias y actos de los individuos que forman parte de los mismos y, desde luego, constituye un buen indicador de su calidad democrática. Así que, salvo que nos encomendemos a algún santo o pongamos una velita para que se cumplan nuestros deseos de esperanza para un mundo mejor que el que ya tenemos, lo mejor será que invertamos en educación para conseguir entre todos una mayor vertebración social y cultural. Saludos.
De veras que no entiendo nada. ¿A que viene esta ola de retrogradismo, ignorancia o locura transitoria? Menos mal que el futuro de África no depende únicamente de Su Santidad, que si no ya estarían preparando las pateras en masa.
Un abrazo
!Hola Klee¡... quizá la respuesta a tu pregunta, aplicando el "principio de occam", sea simplemente eso, ignorancia o anquilosamiento, pero tampoco tengo duda alguna que estos factores son precisamente el caldo de cultivo para "alienarse" a cualquier "creencia" y, desgraciadamente, en África hay mucho camino que recorrer en ese sentido. En cualquier caso, muchas gracias por tu comentario. Saludos
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