Este año 2009 se cumple el bicentenario del nacimiento del periodista, crítico satírico y escritor costumbrista español Mariano José de Larra y Sánchez de Castro (Madrid, 24 de marzo de 1809 - Ibídem, 13 de febrero de 1837), considerado la más alta cota del romanticismo literario español, junto a Espronceda, Bécquer y Rosalía de Castro.
Larra fue un eminente articulista, con una gran claridad y vigor en su prosa, y publicó en prensa más de doscientos artículos a lo largo de tan sólo ocho años. Impulsa así el desarrollo del género ensayístico. Escribe bajo los seudónimos Fígaro, Duende, Bachiller y El pobrecito hablador. De acuerdo con Iris M. Zavala, Larra representa el "romanticismo democrático en acción". Lejos de la complacencia en las efusiones del sentimiento, Fígaro sitúa los males de España en el centro de su obra crítica y satírica. Su obra ha de entenderse en el contexto de las Cortes recién nacidas tras la década ominosa (1823–1833), y de la primera guerra carlista (1833–1840), de forma que en sus artículos combate la organización del estado, ataca al absolutismo y al carlismo, se burla de la sociedad, y rechaza la vida familiar.
Así, escribe contra el país y sus hombres (En este país, El castellano viejo, El día de difuntos de 1836, Vuelva usted mañana...), contra la censura (Lo que no se puede decir no se debe decir), la pena capital (Los barateros o El desafío y la pena de muerte), contra el pretendiente carlista (¿Qué hace en Portugal su majestad?) y el carlismo (Nadie pase sin hablar al portero), contra el uso incorrecto del lenguaje (Por ahora, Cuasi, Las palabras), etc. También cultivó la novela histórica (El doncel de don Enrique el Doliente) y la tragedia (Macías).
Tras el temprano suicidio de Larra a los 28 años de edad, José Zorrilla lee en su entierro una elegía patética con la que se da a conocer. En 1908 algunos de los representantes de la generación del 98, Azorín, Unamuno y Baroja, llevan una corona de flores a su tumba, homenaje que significa su redescubrimiento y la identificación del grupo con el pensamiento de Larra y con su preocupación por España. WIKIPEDIA
La Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, con sede en la Universidad de Alicante, ofrece un portal dedicado exclusivamente a la difusión de la vida y obra de Mariano José de Larra, en el que se recogen, entre otros contenidos, sus manuscritos y algunos de los artículos que publicó en diversos periódicos de la época, así como tambíén archivos sonoros con la voz del locutor de RTVE Rafael Taibo leyendo algunos de sus artículos más célebres.
Artículo: "El duende y el librero. Diálogo" (publicado en El Duende Satírico del Día, nº 1, 26 de febrero de 1828). Dedicado a Oti.
- Buenos días, señor librero. ¿Qué le trae a usted por aquí?
- Amigo, lo que a todo el mundo le hace ir y venir: el deseo de ganar la vida y, si se puede, de agenciarse algunas superfluidades.
- Siéntese usted, que no vendrá usted tan de prisa, y explíqueme en qué puedo servirle.
- Señor, hablemos claro, y ahorrémonos de palabras; vengo a animar a usted a que escriba, y a que escriba para el público.
- Hombre, mal pleito trae usted.
- Vaya, no empecemos con la modestia.
- No, señor, no es modestia, es comodidad, pereza, reflexión, todo lo que usted quiera.
- Pero, es posible...
- Vamos, y ¿qué quería usted que escribiera? Para fastidiar al público siempre se está a tiempo; además... que... en verdad... no tengo nada que decirle por ahora.
- ¡Por Dios! ¿No tiene usted nada que decirle? Y ¿no ve usted los abusos, las ridiculeces; en una palabra, lo mucho que hay que criticar?
- ¡Criticar! ¡Ay! Usted está loco; mi librero ha perdido la cabeza: ¿piensa usted que reservo yo la mía para lances de honor? ¿O usted cree que tengo yo gusto en vérmela rota?
- Eso no, usted habla en chanza: el Gobierno vigila sobre la seguridad de los individuos que están a su cuidado, y castigaría a cualquiera...
- Sí, señor, el Gobierno vigila sobre la sociedad; y la sociedad no cesa de conspirar a desbaratar los buenos fines del Gobierno; sí, señor, éste protegería tal vez a quien criticase los vicios y los abusos, porque estos siempre conspiran contra el Gobierno; castigaría también, es cierto; pero, Señor librero, ni el Gobierno podrá evitar que una paliza acabe con mi gana de criticar, ni a mí me importará nada que el Gobierno cuelgue al que me la haya pegado, a no ser que le cuelgue antes de pegármela. ¿Y qué necesidad tengo yo de matarme por los abusos de otros?
- Mejor sabe usted que yo que se puede criticar sin nombrar a nadie, sin que nadie se pueda ofender.
- Es cierto; pero no se puede evitar que haya tontos que se crean el objeto de la sátira del autor, cuando éste tal vez no les ha hecho el honor de acordarse de ellos para tomarlos por modelos; y menos se puede evitar el que muchos de estos tontos quieran echarla de valientes, y vayan todos los días a desafiar al redactor, que tiene entonces que dejar a todas horas la pluma para tomar la espada, y dar satisfacción particularmente a cada individuo de los que componen el público de lo que sólo ha dicho a éste en general; y yo no hago ánimo ahora de empezar mi carrera militar; me ha parecido siempre más cómoda la del bufete, porque aprecio las cabezas de mis semejantes tanto como la mía; y soy de opinión que más bien se hicieron todas para discurrir que para recibir golpes, prueba de ello lo muy fáciles que son de romper, y lo poco que resisten esa clase de ejercicio...
- Conque, es decir, que mi visita es en balde...
- Pero, hombre, si pide usted cosas...
- Pues yo no creo que usted, con ese genio que Dios le dio tan mordaz, deje de tener algo escrito que valga la pena de leerse; y vengo por ello.
- Una cosa es que yo me divierta en reírme en mi cuarto de todo lo que me choca, y otra cosa es...
- Sí, señor, usted tiene mil razones, pero yo no salgo de aquí sin llevar algo.
- Hombre, déjeme usted en paz, no sea usted el diablo, que muchos se lo agradecerán.
- Ahora mucho menos; y más, se ha de proponer usted dar un periódico, hay materia para ello, yo conozco que me puede valer mucho.
- No, no, no, eso no; comprometerme a dar un periódico, no señor; supuesto que usted se empeña saldrán, sí, de la oscuridad unas cuantas hojas que escribí noches pasadas, y Dios quiera que no me tenga que arrepentir. Si como es regular me sigue el humor, publicaré otras cuando me acomode o pueda, por artículos sueltos; si no, allí se quedará donde a mí se me acabe el gusto.
- Conque, por último...
- Sí, señor, por último, ha vencido usted, bien a mi pesar: ahí van esos borrones; póngalos usted en limpio, en la inteligencia de que no quiero que nadie sepa que yo soy el que los publico; póngales usted cualquier título, que en el día no se repara mucho en eso, y mientras más desatinado más gusta, es decir, más llama la atención, más se compra; de modo que ya eso del título es especulación del librero; pero entienda usted que no le doy licencia sino para anunciarlo, pelado de toda alabanza, nada de prevención, que juzgue el público lo que quiera.
- Pero para venderlo...
- Si no se vende, que no se venda; yo le abonaré a usted el gasto. Vaya usted con Dios, y hasta otro mes no me vuelva usted a incomodar.
Archivo de vídeo con un fragmento del artículo: "El día de difuntos de 1836. Fígaro en el cementerio" (publicado en El Español, nº 368, 2 de noviembre de 1836).
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