Es agotador como va este mundo desde que nos gobierna el ser y la nada. O sea, el poder de la economía capitalista sobre la política, que ha puesto punto final al "Estado de bienestar" a cambio del llamado "Estado mínimo", que va como una caja torácica que se contrae y se dilata buscando la suficiente narcosis para alterar nuestra conciencia del mundo. Narcosis que nos exige silencio a cambio de mantener nuestras seguridades materiales mínimas, no sea que perdamos nuestras pocas certezas.
Todo mínimo en estos Estados mínimos, poco protectores de un medio ambiente lentamente podrido; de una educación pública difamada; de una sanidad mercantilizada y dualizada más que nunca; de unos inmigrantes globalizados y de unos jóvenes precarizados administrados como nuevas "clases peligrosas" que hacen las veces de chivos expiatorios.
Mire si la ofensiva es de cuidado que la lucha de clases se ha invertido: se ha reactivado desde lo más alto de las élites mundiales dirigentes y no desde la clase obrera como era lo normal. Mientras tanto, los políticos extinguen nuestras esperanzas y encima cobran (lo que cobran). Constituyen clubes de respiración boca a boca porque les encanta el eterno retorno a través de darse mutua vida con besos médicos desapasionados: sólo quieren repetirse en los cargos, ponerse en medio de la gente para que no contacten directamente con la realidad. Son cronistas de males que nos afligen, siempre por culpa de lo que no hicieron otros políticos, y quieren presentar un mundo soportable y lleno de porvenir si les votamos, con el único deseo de parar el instinto de fuga de la gente, que ya no sabe a dónde correr. Ahora corremos hacia sus espejismos, hacia agua de justicia inexistente, hacia una definición de nosotros mismos en términos de universo implosivo que vuelve desfigurado hacia el origen de los tiempos: la nada.
Los políticos llegan cuando dejamos que lleguen, pero no se van cuando queremos. Incluso si son cadáveres políticos apuntan con dedos calavéricos a todo el que no comulgue con que los ciudadanos tenemos vida después de las elecciones, que ahí no acaba la política. Confunden la política con un espasmo y la resurrección de la carne con una gala drag que de tanto repetirse ya no genera deseo. Y es que todavía no se ha conseguido enterrar del todo a los políticos corruptos, siempre son muertos que gozan de muy buena salud. Para ejemplo, España.
Donde quiera que haya elecciones y candidatos, brotan aspirantes que se postulan como brujos para ahuyentar los malos espíritus de una vida cotidiana amarga e incierta; o como bomberos, para apagar fuegos de incendios iniciados por causas abstractas que prefieren no concretar, por si acaso se vuelque la barca de las verdades básicas que mueven al mundo; o como, por último, banqueros que gastan nuestras vidas cada vez que ganan más. Brujos, bomberos o banqueros, cuantos más años logren gobernar los mismos, cuanto más repitan y cuantos más repitan, más inducirán un coma colectivo contra nuestra voluntad.
Somos el pasatiempo de los dioses del Olimpo político que, como brujos, practican la santería con nosotros; que como bomberos poco les importa que el fuego nos alcance porque ellos están más arriba todavía; que como banqueros nos abandonan con el mismo procedimiento utilizado en el Titanic para salvar a las clases más altas y hundir en el frío mar a las más bajas (excepto si hubiera petróleo en el fondo marino, entonces hay que apartar lo que estorba).
Es estremecedor comprobar la pasión por el sufrimiento social de puro hacerse habitual, de no conseguir más que unos pocos quejidos en momentos estelares tales como no votar en un alto porcentaje. Tan grande es el miedo que nos amortaja que Europa se hace conservadora. Ya lo es desde hace mucho, sin que nadie quiera admitirlo. Ejemplo: nos entregan una carta de defunción a los universitarios, firmada en Bolonia, y sólo se movilizan los más conscientes, los estudiantes; mientras, los profesores, divididos en reinos de Taifas, discuten asignaturas que no me quiten o asignaturas que me pongan, ay, que es mi gran ambición intelectual, inconscientes de que el dedo vírico de la política les ha alcanzado de lleno hasta hacer indistinguibles un folletín de Corín Tellado de una reflexión crítica.
El origen del saber no está ni estuvo nunca en la universidad. Está en nuestras carencias primordiales, en la desesperada búsqueda de soporte a nuestros vacíos, en el placer de destapar la Caja de Pandora para tener una mínima idea de nosotros mismos. Ahora ya no tenemos ni idea de quiénes somos, el rigor mortis de la política simplemente nos ha helado hasta el alma (empezaron por el cerebro). Ahora mismo, ha triunfado la materia sobre el espíritu, el desamor a la especie y el desamor a uno mismo.
José Antonio Younis (Catedrático de EU de Psicología social de la ULPGC)
LA PROVINCIA
1 comentario:
No hay palabras para las certezas de José Antonio Younis… esta todo dicho.
Publicar un comentario