La cultura española de la segunda mitad del siglo XX no se entendería sin Rafael Azcona, infatigable contador de historias. El guionista y escritor logroñés comenzó colaborando con la revista La Codorniz de la mano del humorista gráfico Mingote, y fue el creador de gran parte de las películas más importantes del cine español de los últimos cincuenta años: “El verdugo”, “Plácido”, “La escopeta nacional” (Luis García Berlanga); “El pisito”, “El cochecito” (Marco Ferreri); “!Ay, Carmela!”, “La prima Angélica” (Carlos Saura); “Belle époque” (Oscar, 1994), “La niña de tus ojos” (Fernando Trueba); “El bosque animado”, “La lengua de las mariposas” (José Luis Cuerda)…
Su humor surrealista y mordaz, entre la amargura y la sorna, con el que retrata con maestría la miseria moral de la España de la posguerra, y que deriva, en muchas ocasiones, en su visión esperpéntica de un país en blanco y negro, es una constante en su obra. Así, de cualquier hecho cotidiano, entresacaba algo poético o dramático.
Quizá por ello, finalmente, Rafael Azcona, discreto y siempre alejado de lo público y notorio, mantuvo la ironía hasta el final del guión de su vida y quiso morir en Domingo de Resurrección, en silencio y sin boato público. Sin embargo, lo que es indudable es que el conjunto de su obra forma parte ya de nuestro imaginario colectivo cultural y los diálogos de sus películas permanecerán siempre en nuestra memoria.
En “El cochecito” (1960), el anciano Don Anselmo (Pepe Isbert) quiere comprarse un coche de inválido a toda costa porque sus amigos pensionistas ya tienen uno, aunque sea a base de renunciar a todas sus posesiones de valor.
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